Hay días en que simplemente todo se pone cuesta arriba. Y no sabes porqué, simplemente pasa. Ninguna tragedia, ninguna desgracia. Quizás solo sean pequeños detalles y efímeros pensamientos. De repente respirar se hace más difícil, más forzoso. Sientes que las paredes se acercan y se acercan más. Sientes que necesitas escapar… escapar de tí mismo. Lo que es todo un problema, porque se pueden escapar de situaciones, de las responsabilidades, de las miradas de los demás… pero no se puede escapar de uno mismo.
Inspiras, expiras, inspiras, expiras... Lo que antes hacías de forma inconsciente ahora se torna lo más complicado y trabajoso del mundo. Es lo que pasa en los días grises: las cosas más sencilla, y que antes hacías de forma inconsciente, se vuelven de vital y urgente importancia.
Y no deja de ser una paradoja, porque si no hubiese días grises no existirían días soleados: simplemente serían todos los días iguales. No puede existir la felicidad sin la infelicidad, el placer sin el dolor, el miedo sin el atrevimiento. Como si formase parte de un complot místico, esta vida no es más que una singular mezcla de conceptos opuestos que se necesitan desesperadamente para existir. El amor no existiría si no fuese gracias al odio. No hay día sin noche. No hay logro sin fracaso.

Si una nueva meta no te asusta, no es un reto que merezca la pena. Y quizás lo más interesante no sea alcanzar tu objetivo, sino el camino durante en el que tendrás que afrontar tus propios miedos. No pain, no gain? Puede ser, dicen que las cosas importantes son las que requieren más esfuerzo. Supongo que a veces fracasar es en sí mismo un logro.
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