Por fin ha caído entre mis manos Gélida Luz, la tercera parte de Favole, un comic-ilustración de la mano de Victoria Francés. Solía reservar estos caprichos para ocasiones especiales pero, desde que mi “nuevo yo” ha emergido, cada día se ha vuelto una excusa válida para celebrar el paso del tiempo. La mayoría de la gente tiene una relación con el tiempo basada en la medida. Segundos, minutos, horas, días, años…el reloj se vuelve el artista invitado de la película que es la vida. Para mí es más importante sentir el tiempo. Sentir como el tiempo se me escapa entre los dedos. No importa lo fuerte que cierre mi puño, ni mi determinación, que a veces se torna en desesperación… el tiempo se escurre entre mis dedos, como gotas de agua que intentase retener entre mis palmas. Nunca he conseguido beber toda el agua que he cogido de la fuente. Nunca conseguiré capturar la efímera existencia de un suspiro.
Quizás debido a mi fascinación por el paso del tiempo me gusten tanto las melancólicas imágenes de Favole. Seres atormentados por el pasado que buscan en la muerte eterna el descanso… y la respuesta a la vida. Un mundo en que el silencio de los bosques de nieve es perturbado por salpicaduras de sangre, los pantanos son la mejor cama para el sueño infinito y las estatuas lloran lágrimas de piedra.
Hace tres años tuve el placer de ver a la artista en persona y una muestra de sus dibujos originales, muchos de los cuales ahora puedo contemplar en sus libros. Me impresionó la técnica que usaba, como conseguía capturar con lápices esa dulce fragilidad en cada contorno, ese resplandor en cada lágrima, esa tintineante y misteriosa luz de las velas. Y en algunas ilustraciones, casi como ritual para darles vida, salpicaduras de tinta. Gotas de sangre del corazón del artista.
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