Llevo prácticamente seis meses sin tener la obligación de levantarme a una hora determinada, lo que para mí viene a ser algo así como seguir de vacaciones. Es cierto que el verano ya pasó, pero en mi mente no queda tan lejos. Aún conservo muy frescos tantos buenos recuerdos de las que, sin duda, han sido mis mejores vacaciones de verano. Sol, playa, viajes, muchos viajes, y gente, sobre todo gente nueva. Muchas experiencias que me han ayudado a quitarme la venda que tapaba mis ojos y que hacía que una y otra vez me diese contra los mismos muros. Ahora puedo continuar mi camino, un camino en el que sin duda me encontraré con nuevos muros.
Hoy me he levantado a una de esas horas que no está bien confesar. Tras más de 12 horas en la cama me he despertado en un día totalmente soleado. Un cielo azul más propio del verano, que caprichosamente se ha dejado ver a dos días de comenzar el invierno. Un cielo azul de los que invitan a reflexionar y a escribir en tu blog. Y es que quizás la consecuencia más directa de unas largas vacaciones es la cantidad de tiempo que tienes para pensar. Un tiempo que antes, con el agobio de la carrera y de los problemas personales, era un lujo que no me podía permitir. Ahora todo eso es arena que se ha llevado el viento, sacando a luz algo que sin darme cuenta había enterrado: mi yo interior.
Actualmente se vive tan deprisa que es difícil conciliar varios aspectos de uno mismo. La presión de los demás, añadida a la que nos imponemos nosotros mismos, hace que la vida se convierta en lo que ocurre mientras planificas cómo vivirla. Terminas los estudios, te pones a trabajar o te preocupas porque no encuentras trabajo. Luego llega el pagar las letras del coche, la hipoteca, el bodorrio… No hace falta pensar como uno quiere vivir su vida, porque ya hay una forma “estandarizada y homologada”. Vivir puede ser tan sencillo como ir al supermercado y comprar un detergente: ya te viene todo preparado, empaquetado y con instrucciones. Te conviertes en uno más de los que hacen lo que hace todo el mundo: vivir según lo socialmente aceptado. Vives tu vida, por supuesto, pero es una vida robada. Y el tiempo pasa más deprisa cuando vives de acuerdo al modelo estandarizado y homologado. Cuando te das cuenta estás en una habitación gris rodeada de gente con batas verdes, hiperventilando y sudando, mientras te dicen “¡Empuja! ¡Empuja!” y tú te preguntas: ”¿Pero cómo he llegado aquí? Si yo ayer estaba empezando en la universidad...”.
Me siento bastante afortunada por disponer de tiempo para pensar y reflexionar sobre lo que quiero hacer en el futuro, y por haberme dado de cuenta de ello me siento privilegiada. No obstante, este nuevo camino que he emprendido, saliéndome de la carretera pavimentada y señalizada, no es precisamente más fácil. Son demasiadas las cosas que nos rodean y que intentan secuestrar nuestra individualidad, pero eso es un tema para otro post (más bien para otro blog completo).
Bucear en la introspección me está descubriendo aspectos de mí misma que no sospechaba que existieses, pero también está despertando facetas que el estrés, los desengaños y el huir de uno mismo, habían adormecido. Como por ejemplo, la capacidad para apreciar la belleza de un cielo azul de diciembre.
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